Hace pocos días se llegó a la cifra redonda de un hecho que de por sí es muy importante para Sudamérica, y toma aún mayor relevancia si se tiene en cuenta lo que generó después esa camada. De la mano del tridente Paula – Hortência – Janeth nacía un equipo que sería leyenda.
Se podría decir que los nombres que conforman la columna vertebral de esa plantilla salen prácticamente de memoria. Paula, Hortência, Janeth, Marta Sobral, Ruth, Nádia, Vânia, Simone, Ana Motta, Joyce, Roseli y Adriana, dirigidas por Maria Helena Cardoso.
Lo cierto es que dándole un contexto histórico a la situación, por aquel entonces, ingresando a agosto de 1991, las conquistas del baloncesto sudamericano en el plano internacional no eran muchas.
La época de esplendor de los ´50 ya tenía décadas encima, y el resurgir a través del seleccionado brasileño entre 1967 y 1971 comenzaba a quedar cada vez más atrás en los historiales. Sin embargo, desde el propio Brasil nacería una camada que se haría cargo del paso de antorcha.
Este grupo de jugadoras jóvenes y aguerridas que dominaban Sudamérica dieron su primer golpe de efecto en los Panamericanos de 1987 en Indianápolis, quedándose con la medalla de plata.
Dos años más tarde, en el primer FIBA Americas de la historia como clasificatorio directo a un Mundial, fueron locales y estuvieron a segundos de quedarse con el título. Tras una primera y segunda fase perfecta, en donde acumularon un total de seis victorias en igual cantidad de presentaciones, se cruzaron con la Cuba de Leonor Borrel en la final.
Tan solo 48 horas antes le habían ganado a las isleñas por 116-89, pero la historia sería distinta en ese cotejo epilogante. Mucho más cerrado y friccionado, fue un verdadero duelo entre estrellas que hoy sin lugar a dudas serían de las más destacadas en la WNBA. Todo se resolvió en las últimas acciones, en donde fueron las cubanas las que terminaron festejando por 87-84.
Como un juramento tácito, las miradas en ese final sellaron un pacto a fuego: no volverían a caer. La revancha, 2 años más tarde, llegaría en los Juegos Panamericanos de La Habana 1991.
Estados Unidos, Canadá y Argentina sirvieron de testigos privilegiados de una verdadera batalla deportiva. Otra vez la escuadra brasileña barrió la fase regular, incluso superando a las cubanas (90-87), y en semifinales no dejaron dudas ante Canadá, al cual doblegaron por 87-78.
Del otro lado del cuadro las anfitrionas se desquitaron de las estadounidenses (le habían ganado 91-71) imponiéndose por 86-81 y de esa manera la final esperada por todos se reeditaría.
Brasil fue en simples palabras… magnífica. Tras cerrar el primer tiempo igualadas en 44, las sudamericanas sacaron a relucir todo su talento, anulando a Borrell y consagrándose por un indiscutible 97-76, el cual desató las bromas a regañadientes de Fidel Castro en la ceremonia de coronación.
Esos nombres que iniciaron este artículo se fundieron en gloria aquel día: Paula, Hortência, Janeth, Marta Sobral, Ruth, Nádia, Vânia, Simone, Ana Motta, Joyce, Roseli y Adriana, dirigidas por Maria Helena Cardoso.
Pero habría más. Con este grupo siempre había algo más. Tras ser séptimas en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, se quedaron con el subcampeonato en el FIBA Americas del año siguiente y volverían a eclipsar al mundo en 1994, cuando al doblegar a China por 96-87 se quedarían con el cetro global.
Algunos nombres fueron cambiando pero la esencia siguió siendo la misma: medalla de plata en Atlanta ´96, cuarto puesto en el Mundial de Alemania 1998 y bronce en Sydney 2000; para de esa manera ponerle un broche inmejorable a una década soñada.
Fotos: Prensa CBB.
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Emanuel Niel – Encargado de Prensa
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